Introducción
La sociedad actual es una sociedad signada por la inmediatez, así como el entretenimiento y el rendimiento constante. Una sociedad que le dice adiós a las sólidas estructuras modernas, para albergar nuevas formas que aún se intentan comprender. Una sociedad en pleno cambio, donde las relaciones de poder se mueven con una rapidez insólita, promoviendo productividad, ansiedad, distracción y dispersión constantes. En esta sociedad, la infancia es una molestia que se busca colonizar.
El vínculo entre las relaciones de poder y los aparatos maquínicos o tecnologías puede abordarse en cualquier momento histórico, incluso en el actual. Hoy, la tecnología digital propone y estimula formas de ser y estar en el mundo que reproducen y representan intereses y necesidades del capitalismo vigente, ese al que muchos autores llaman tecnocapitalismo o capitalismo de plataformas.
El objetivo de este artículo es analizar el impacto de la tecnología digital al servicio del capitalismo de plataformas en la infancia desde una perspectiva que tiene como base el interés superior del niño.
Derecho al juego
Durante la primera infancia y la niñez, los niños y niñas juegan para comprender, asimilar, imaginar, procesar y construir el mundo. Juegan lo vivido y lo inexistente. Juegan lo dicho y lo no dicho. Juegos muchas veces inentendibles para las personas adultas porque reflejan su ideas, su creatividad, flexibilidad y plasticidad. Juegan porque les gusta y porque lo necesitan.
El psicólogo Esteban Levin, especializado en psicomotricidad y desarrollo infantil, enfatiza la importancia fundamental del juego en la infancia como una actividad que va más allá del entretenimiento. Según Levin, el juego es una herramienta esencial para el desarrollo emocional, cognitivo, social y físico de los niños.
Hoy el juego libre, el juego con juguetes y el juego simbólico se encuentra acorralado. Encontramos niños y niñas que cada vez a más corta edad, dejan de jugar o lo hacen espasmódicamente, sin poder sostener esa idea, juego o propuesta por un tiempo considerable o necesario.
Las razones se asocian directamente a la invasión de las pantallas y plataformas digitales en su tiempo libre. Luego de pasar cuatro u ocho horas en el jardín o escuela, llegan a casa deseosos y ansiosos de ver y usar pantallas. Las familias, que también viven en una sociedad del rendimiento constante, ven en esas pantallas un aliado ideal para evitar la demanda intensa de la infancia y continuar con sus tareas productivas o consumistas. Trabajo o scrolleo.
¿Por qué impactan las pantallas en el juego durante la infancia?
Las plataformas diseñadas bajo recomendación algorítmica tienen como objetivo aumentar el tiempo de permanencia de quien ingresa y acaparar sus momentos de ocio. Actualmente se puede observar la efectividad que tienen en cumplir sus metas, a costas de una sociedad que no recuerda cómo atravesar los momentos libres sin recurrir al entretenimiento constante, inmediato e intenso.
Entre otras estrategias de captación de la atención y del tiempo de permanencia, las plataformas proponen contenidos cortos e hiperestimulantes que brindan recompensas inmediatas y variables. Este diseño genera una gran dificultad para autorregular el uso.
En niños y niñas este tipo de contenidos, presentes en videos, videojuegos y (principalmente) redes sociales, genera un acostumbramiento que invita a una búsqueda constante de los mismos niveles de estímulo y fragmentación.
Pensemos en chicos y chicas que comienzan a reconocer que en dispositivos digitales individuales, constantemente disponibles, tienen entretenimiento y satisfacción inmediata garantizada. Para ellos, recurrir al juego muchas veces incluye frustración, aburrimiento por momentos y ponerse de acuerdo y en desacuerdo con otras y otros. Un gasto cognitivo y emocional enorme en comparación con las ideas ya pensadas por otras personas (adultos diseñadores/desarrolladores) y sin riesgos de mayores frustraciones.
En las plataformas diseñadas para capturar la atención, los niños viven ideas y creatividad pensadas desde el mundo adulto y específicamente desde el mundo del mercado. Con altos índices de efectividad pero bajos en disrupción, incredulidad, irracionalidad, tristeza, angustia o inconsciencia.
Las pantallas individuales comienzan a comprenderse como siempre disponibles ante momentos de espera, aburrimiento o simplemente cuando se las requiere o desea. La distancia entre el deseo de obtener recompensa o satisfacción y la concreción de ese deseo es prácticamente imperceptible. El ejercicio de pensar un juego o experiencia física se ve interrumpida por la idea de la recompensa inmediata al alcance de la mano, en esa pantalla que se sabe cercana.
Cuando los niños y niñas se habitúan a recompensas intensas e inmediatas (como las que ofrecen muchos videojuegos), el mundo físico, el juego simbólico y las actividades cotidianas pueden volverse menos atractivos en comparación. Esto genera una brecha significativa en la motivación, ya que participar en juegos tradicionales o actividades que requieren mayor esfuerzo y paciencia puede parecer menos satisfactorio frente a la gratificación fácil y rápida que brindan estas plataformas digitales.
Invasión del consumo y adolescencia prematura
En una sociedad bajo el imperativo de la productividad, del rendimiento y del consumo constantes, como dijimos, la infancia molesta.
¿Cómo no molestaría un niño que no necesita llenar su agenda ni consumir constantemente para disfrutar? ¿Cómo no molestaría un niño que con una caja de cartón puede armar un mundo simbólico y sensible?
Actualmente observamos un movimiento decidido que apunta a que la infancia sea parte de la productividad y del consumo reinantes.
A partir del uso prematuro de redes sociales e influencers, se pone en evidencia que (especialmente las niñas) comienzan en forma temprana a incorporar preocupaciones y necesidades de cuidado y consumo estético. Rutinas de skin care, maquillaje y vestuario asociados al mundo adolescente se presentan como una necesidad no vinculada a lo lúdico sino a la simulación. Quien navegue en las redes sociales más utilizadas puede observar el aluvión de influencers vendiendo en forma implícita y suspicaz cremas, serums, maquillajes y productos estéticos.
Es interesante destacar que este tipo de influencers se diferencian de las figuras famosas icónicas de los tiempos analógicos al borrar intencionadamente las huellas de la producción, invisibilizando la puesta en escena. Su contenido proyecta espontaneidad y cercanía, mientras que la publicidad que realizan (camuflada bajo el formato de “consejos” o recomendaciones), genera una ilusión de autenticidad. Esto refuerza la idea de que cualquier persona puede, con facilidad, alcanzar el estilo de vida o apariencia del influencer, consolidando su impacto en las audiencias.
Cuando niñas y niños comienzan a utilizar desde edades tempranas plataformas dominadas por influencers, se ven expuestos de manera precoz a la lógica del consumo como medio para alcanzar ideales estéticos o estilos de vida que se presentan como deseables. Este acceso anticipado refuerza mandatos culturales que asocian el bienestar y la aceptación social con la adquisición de productos o servicios promovidos por estas figuras.
Menos juguetes, más cremas y maquillaje
En muchos casos, los niños y niñas abandonan el mundo simbólico del juego antes de tiempo, impulsados por un mandato de consumo y estereotipos de género que estimulan y habilitan formas de ser y estar en el mundo que poco o nada tienen que ver con las necesidades de la infancia.
Conclusiones
El interés superior del niño nos obliga a garantizar sus derechos de manera prioritaria, promoviendo su cuidado y protección tanto en el mundo físico como en los territorios digitales. En estos últimos, donde los algoritmos moldean gran parte de las interacciones, se presentan desafíos importantes para la crianza actual.
En una sociedad caracterizada por la multitarea productiva, el pluriempleo y el consumo de entretenimiento fragmentado, las tareas de cuidado entran en crisis. Las plataformas digitales, diseñadas para captar y mantener la atención, se convierten en herramientas frecuentes para disminuir las demandas infantiles. Sin embargo, este recurso (aunque útil a corto plazo) puede tener impactos negativos en el desarrollo integral de niños y niñas.
Es evidente que las familias necesitan apoyo concreto: información clara, condiciones de vida más equitativas y recursos que les permitan dedicar más tiempo de calidad a la crianza. Pero, ¿cómo facilitar este cambio? Una respuesta clave es promover hábitos saludables y reflexivos en el uso de los espacios digitales. Sin embargo, la tarea no se limita a regular el tiempo en pantalla; también implica pensar estratégicamente en las habilidades, sensibilidades y experiencias que se deben fortalecer en los momentos offline.
Cuando un niño o niña desarrolla un mundo interior rico, explora sus intereses, comparte tiempo significativo con sus cuidadores y pares, experimenta y vive el juego libre sin distracciones, construye un andamiaje sólido que transforma su experiencia posterior en Internet. Estos niños y niñas no sólo están mejor preparados para enfrentar las demandas del mundo digital, sino que también experimentan un crecimiento emocional y cognitivo más equilibrado.
El cambio requiere un esfuerzo colectivo para desnaturalizar la conexión temprana de los niños y niñas a plataformas diseñadas para explotar su atención. Es fundamental revalorizar el juego infantil, la concentración y la exploración libre como pilares del desarrollo. Aunque el desafío es grande, los beneficios son incuestionables.
Un niño que juega, experimenta, crea, se frustra y vuelve a intentarlo no sólo se convierte en una persona más reflexiva y saludable en el futuro, sino que también vive una infancia más plena y feliz.