El eslabón perdido para construir soberanía, paz y desarrollo
Por Ernesto Alonso y Jerónimo Guerrero Iraola.
Ernesto Alonso. Excombatiente de Malvinas. Fundador y Secretario de Derechos Humanos, CECIM La Plata
Jerónimo Guerrero Iraola. Abogado, CECIM La Plata. Magíster en Derechos Humanos
Alonso, E. and Guerrero Iraola, G. (2024) ‘Malvinas y Derechos Humanos: el eslabón perdido para construir soberanía, paz y desarrollo’, Revista Atípica, Agosto 2024, pp. 26–31.
Introducción
La Guerra de Malvinas, el eslabón perdido
La concatenación de hechos, sucesos, hitos del desarrollo histórico, debe guardar siempre una coherencia lógica, temporal, fenomenológica. De lo contrario, la Historia (con mayúscula), será un camino con baches, con saltos que, a priori, suelen ser los escondites de quienes, desde tiempos inmemoriales, quieren ver sometido a nuestro pueblo.
De esta forma, debemos repetir, gritar, grabar en la piedra, que la Guerra de Malvinas fue un capítulo más de la dictadura cívico militar. No obstante, cuando uno utiliza ciertas construcciones retóricas, debe cargarlas de sentido. De lo contrario, corremos el riesgo de propender a su vaciamiento. Expresar que la dictadura fue Malvinas, o que Malvinas fue la dictadura, implica forjar una revisión de la historia contemporánea argentina.
Para ello, partiremos de una pieza de incalculable valor: “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, de Rodolfo Walsh. Este escrito, fruto del compromiso de Walsh con su tiempo, permite ver la doble dimensión perseguida por los artífices del horror en Argentina. La carta, del punto 1 a 4 inclusive, y a un año del infausto gobierno, describe con precisión quirúrgica el plan sistemático de exterminio de personas (que luego, quedaría establecido y probado en el Juicio a la Junta ―Causa 13/84―, y en los sucesivos y progresivos procesos de Memoria, Verdad y Justicia desplegados a lo largo y ancho del país).
Por su parte, desde el punto 5, Walsh construye el segundo plan sistemático, el de entrega de la soberanía, con su correspondiente destrucción de la matriz productiva y la dignidad obrera nacional. Dice: “Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.”
Para 1982, los dos planes sistemáticos desplegados por la dictadura estaban crujiendo. El de exterminio de personas, luego de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) produjera, con posterioridad a su visita in loco del año 1979, un informe que daba cuenta de las graves violaciones a los derechos humanos que se estaban cometiendo en la República Argentina1. El de entrega de la soberanía también: el 30 de marzo de 1982, los sectores que conservaban algún nivel de organización, protagonizaron la masiva marcha de Pan, Paz y Trabajo. Claro que fue una marcha contra la dictadura, contra el exterminio, pero también una manifestación contra las políticas que la “pata civil” del golpe venían desplegando que, como expresó Walsh, condenaban a millones a la miseria planificada.
En ese contexto se da la guerra. Es a partir de estas condiciones contextuales que debe leerse e interpretarse el “si quieren venir que vengan” pronunciado por el inefable Leopoldo Fortunato Galtieri. ¿Por qué, entonces, podemos decir que la guerra de Malvinas es el eslabón perdido? Porque para 1982 las Fuerzas Armadas argentinas estaban instruidas en la doctrina de la seguridad nacional, como brazo operativo del despliegue del Plan Cóndor, para la represión de lo que regionalmente se había caracterizado como el “enemigo interno”.
¿Quién era el enemigo interno? Los sectores militantes que, en la región, concretamente en nuestro país, se habían organizado políticamente para combatir las ideas políticas, económicas y culturales de la oligarquía argentina, esa que encontraron en las Fuerzas Armadas el brazo ejecutor del feroz exterminio, condición de posibilidad de la ulterior instauración y reposición de un modelo excluyente, una Argentina de pocos, para unos pocos.
En este contexto se da la guerra. Pensar que la Operación Rosario fue un acto propio de una “gesta patriótica”, nos lleva al contrasentido de concebir que, hasta las 23:59 del 1° de abril de 1982 en Argentina regía un gobierno dictatorial y genocida; y que a partir de las 00:00 del 2 de abril de ese año irrumpieron las Fuerzas Armadas de liberación nacional, el Ejército sanmartiniano. ¡Vamos! Sin en el período comprendido entre 1976 y 1982 se quintuplicó la deuda externa, generando un estatuto de vasallaje que perduró hasta bien entrado el siglo XXI, se destruyó la matriz productiva nacional, y ni hablar del exterminio de una generación, que le costó a nuestro pueblo 30.000 desapariciones, huella indeleble y dolorosa de nuestra historia reciente.
En Malvinas, las Fuerzas Armadas torturaron a los soldados conscriptos
“(…) me deforman la cara de los golpes, me golpean con el fusil FAL […], me quiebran tres costillas y la clavícula, casi pierdo el ojo derecho, me hacen caminar por la zona minada ida y vuelta […] me manda a estaquear, a desvestir, […], me pone una granada en la boca (…)”. Este, que es uno de más de 200 testimonios de soldados, ha sido extraído de una denuncia que tramita en la causa 1.777/07, ante el Juzgado Federal de Río Grande, Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
En el expediente se investigan el hambre, los estaqueamientos, la inmersión de soldados en agua helada, el enterramiento, la práctica de picana con teléfonos de campaña, los simulacros de fusilamiento, entre otros vejámenes. Algunos de los más de 100 hechos denunciados hasta el momento, se dieron en contexto de antisemitismo, como también se pudieron constatar situaciones de homo-odio, entre otras circunstancias que agravan aún más la cruel práctica de tortura.
Es claro que las Fuerzas Armadas estaban instruidas para la represión y el exterminio, y no para la defensa. Por ello, podemos afirmar que los soldados conscriptos, los colimbas excombatientes de Malvinas, constituyeron la última víctima colectiva de la dictadura cívico militar. El expediente judicial en que se ventilan estos hechos ominosos lleva 17 años de trámite. Hay más de un centenar de militares denunciados, que integraron diversas unidades desplegadas, a su vez, a lo largo y ancho del teatro de operaciones Malvinas. Encontramos, también, artífices de las torturas en la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea. No hay lugar a dudas respecto a la escala y magnitud de las violaciones a los derechos humanos durante el hecho bélico.
A su vez, los testimonios de víctimas y testigos han sido robustecidos por la desclasificación de documentación oficial que la dictadura buscó sustraer de la mirada pública, en el proceso de montaje de lo que hemos caracterizado como tecnologías de impunidad2, una arquitectura política, jurídica e institucional orientada a consagrar la impunidad como política de Estado, en relación con los hechos de tortura a soldados durante la Guerra.
Tan potente es el andamiaje de impunidad al que hacemos referencia, que a más de cuatro décadas de finalizada la guerra de Malvinas, y 17 años de iniciada la causa, el Estado argentino persiste en no brindar respuestas adecuadas a las víctimas, ralentizando el tránsito a la Verdad y la Justicia. En este punto, en la actualidad nos encontramos con nueve recursos extraordinarios sobre los que debe resolver la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y que son la condición de posibilidad para que, en primera instancia, se continúe indagando y eventualmente procesando a los torturadores. Esta inacción, que genera dolor y sufrimiento en el colectivo de víctimas, motivó que, desde el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas La Plata (CECIM), acudamos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
El 6 de diciembre de 2023, el CECIM recibió la noticia de que el caso fue admitido3 y por ende que el Estado argentino deberá dar explicaciones ante el organismo por la omisión del deber de investigar crímenes que son reprochados por la comunidad internacional. En su informe de admisibilidad, la CIDH ha sido contundente: hay obligaciones que estarían siendo omitidas, en forma deliberada, por la República Argentina. En concreto, si se analizan las violaciones a los derechos humanos desplegadas por el estado nacional en una línea de tiempo, encontramos tres momentos: 1) la tortura, como práctica cometida por militares en tanto agentes del Estado; 2) el montaje de las tecnologías de impunidad, desde incluso antes de que finalizara la guerra; 3) la inacción del Poder Judicial de la Nación que, en casi dos décadas de trámite, no ha brindado respuestas conducentes y efectivas a los denunciantes.
Develar lo oculto: el eslabón perdido que conecta con la verdad y consagra la justicia. Apuntes para pensar el desarrollo nacional en clave soberana
La guerra nos alejó de Malvinas. Alcanza con mirar el presente. Una base militar, la de Monte Agradable, que es la más grande de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el Cono Sur. El hecho bélico de 1982 sirvió hasta el día de hoy como excusa (perversa, pues el colonialismo británico en las islas comenzó al menos en 1833) para que nuestro pueblo sintiera la amenaza armamentista del Reino Unido. Además, puso en tensión la iniciativa diplomática que se cristalizó con el “alegato Ruda” ante el Subcomité III del Comité de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1964, y la posterior adopción, un año después, de la Resolución 2065 de la ONU que Gran Bretaña incumple sistemáticamente desde su dictado.
Con el precedente de nuestro país ante Naciones Unidas, vemos cómo se puede ser soberanista y decolonial desde una postura de férrea diplomacia y cultura pacifista. Malvinas es mucho más que el archipiélago. Es la Argentina oceánica y bicontinental. Es la Antártida. Es un portal de desarrollo frente a la crisis de escasez que asolará al planeta en los próximos 50 o 60 años. Son los bienes naturales y la vía a la dignidad de nuestros pueblos. Es la férrea reivindicación del derecho humano a la paz, al ambiente. Es una denuncia activa a toda forma de colonialismo. Una muestra de cómo debemos cultivar la integración nuestroamericana, esa propuesta que desplegamos desde el CECIM que habla de “volver a Malvinas de la mano de América Latina”.
Por estos motivos debemos proponer una agenda malvinizadora que trascienda las fechas icónicas cristalizadas en torno a la guerra. Es imprescindible que diseñemos políticas públicas en materia de pesca, de prospección oceánica, una Argentina de cara al mar, a su inmensidad bicontinental. Es momento de cultivar la agregación de valor por la vía de la ciencia, la técnica, de aprovechar el talento nacional para radicar el valor de lo que producimos en nuestras tierras. Es hora de debatir qué postura vamos a adoptar hacia 2048, momento en que entre en revisión el protocolo ambiental por el que se rige el Tratado Antártico.
En simultáneo, las agendas de Memoria, Verdad, Justicia, Soberanía y Paz hacen sentido en el significante Malvinas. Salir del relato de la épica militar y entender que no hay mayor acto decolonial que el ejercicio de la dignidad popular, que la construcción latinoamericanista. Malvinas como el abrazo entre San Martín y Bolívar. Malvinas, memoria, presente y futuro de una Patria Libre, Justa, Emancipada y con Justicia Social.
1 Informe sobre la situación de los derechos humanos en Argentina (1980). Disponible online en https://cidh.oas.org/countryrep/argentina80sp/indice.htm
2 Ver J. Guerrero Iraola (2021), “Tecnologías de impunidad”, La Plata: EDULP, UNLP, Instituto Malvinas CECIM. Disponible online en https://libros.unlp.edu.ar/index.php/unlp/catalog/book/1713
3 REF: Ex Combatientes de las Malvinas y familiares. Caso N° 15.367. Argentina.